A ambos lados del folio, ganancias y pérdidas. A merced de la inmediatez, la intimidad y la participación, las peripecias entre libros del alter ego del norteamericano John Williams (Texas, 1922 – Arkansas, 1994), desde que llega a la Universidad de Missouri como estudiante, en 1910, hasta su muerte, como profesor en la misma institución, en 1956. El resultado acompasa lo fundamental y lo trivial. Se dramatiza en la novela Stoner (1965; Baile del Sol, 2019; Traducción de Antonio Díez Fernández) el proceso de investigación conjetural que culmina en toda autobiografía ficticia.
“A veces se paraba en el centro del patio, mirando las cinco enormes columnas frente a Jesse Hall que se elevaban hacia la noche desde la fresca hierba (…) Plateada y grisácea a la luz de la luna, desnuda y pura, le parecía que representaba la forma de vida que había abrazado, como un templo representa a un dios”. A merced de la familiaridad de lo falible, una figura gris por derecho propio, rescatada por la falta de imaginación de los demás. Stoner, salvada del olvido por The New York Review of Books en los años 2000, retoma el doloroso recuento del antihéroe modélico, “un recordatorio del final que nos espera a todos (…) un sonido que no evoca ninguna sensación del pasado”.
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