Dispone el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929 – 1994) su botín de vestigios paciente y deliberadamente. Ribeyro sigue vivo. Siempre será miembro, muy a su pesar (“me automargino, no me atrae en absoluto la fama”), del movimiento literario que tuvo lugar en los años sesenta del pasado siglo, denominado boom, que incluye a Cortázar, García Márquez o Carlos Fuentes, y cuya adhesión no ve en la muerte un obstáculo. La reciente publicación de Un hombre flaco (Ediciones Universidad Diego Portales, colección Vidas Ajenas, 2014), retrato del escritor a cargo del periodista Daniel Titinger (Lima, Perú, 1977), logra convencer al lector de la importancia del agregado cultural en la embajada peruana en París.
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“Podemos memorizar muchas cosas, imágenes, melodías, nociones, argumentaciones o poemas, pero hay dos cosas que no podemos memorizar: el dolor y el placer”. A través de un consuetudinario sentido de sí mismo, se escribe un libro. Pero ¿qué libro? El de alguien que espera algún día estar preparado para escribir lo que siempre ha soñado. En sus inclasificables Prosas apátridas (1975; Seix Barral, 2017) Riberyro explora la identidad y la alienación del expatriado, mientras evade las reglas de la estructura, la forma y la construcción, mientras rompe las reglas de la prosa.
Edición 149 de la revista francesa Resonancias. Desde 2001, difunde la literatura y el arte. Mi ensayo sobre la obra de Ribeyro, al completo, siguiendo el enlace: